sábado, 27 de junio de 2020

EFECTOS DE LA CUARENTENA (cuentito)

Esta mañana Alfredo y Marita notaron en Delia un extraño comportamiento.
98... 99... 100... 101, 102... contaba desde la ventana las personas que pasaban por la calle.
343... 344... 345, 46, 47, 48 y 49... 350...
Desde entonces sólo interrumpió el conteo para comer, ir al baño o lavar los platos. Hoy cocinó Alfredo y Marita puso la mesa.
Con el correr de las horas la cantidad de personas en circulación fue en aumento y Delia no dejó de contarlas.
906... 907... 908, 9, 10, 11, 12, 13 y 14... 915, 16 y 17... 918
Padre e hija observaban a la mujer sin preguntas, quizá temerosos de que la respuesta significara la constatación de algún desequilibrio producto del encierro prolongado.
Probaron estrategias diversas para alejarla de la ventana, pero sólo conseguían sumergirla en un estado de angustia. Desistieron por completo.
1732, 33, 34, 35, 36 y 37... 1738, 39 y 40... 1741, 42, 43, 44 y 45... 1746...
Promedia la tarde y, superado el número de dos mil, Delia parece presa de una ansiedad creciente, 2038... 2039... 2040... Padre e hija temen una crisis, 2269... 2270, 2271, se hace imposible simular indiferencia.
Habrá que volver a preguntarle, esta vez con firmeza, para que Delia dé sus explicaciones.
Pero Delia se encuentra en un estado de exaltación que los hace desistir de su propósito.
2579,
la respiración no puede estar más agitada,
2580,
se retuerce los dedos de las manos,
2581.
De repente contiene el aliento y toma la manija,
2582,
los corazones de Alfredo y Marita se paralizan como si en vez del primer piso se encontraran en el décimo,
2583,
Delia abre la hoja y ellos se abalanzan para sujetarla, pero ella se aferra con todas sus fuerzas al marco de la ventana,
2584, exhala, y grita con fuerza contenida: "Señor, señor".
Un hombre que pasa por la vereda con el barbijo mal colocado la mira con expresión de no entender. "Sí, señor. A usted... Dígame como se llama". El hombre, sorprendido, responde "Mario". "¿Mario cuánto?", insiste Delia. "Gomez" concluye con gesto de aguardar una explicación. "Bendito sea el señor. Mario Gomez. ¡Está usted vivo! ¡Está usted vivo!"
Mario Gomez observa con ojos desorbitados a las personas recortadas en la ventana y huye a paso veloz de aquel cuadro manifiesto de locura.
Delia se afloja y va deslizándose suavemente hasta quedar arrodillada en el piso de parquet, abrazada por las dos personas a las que más quiere en el mundo.
Es ella la que rompe el silencio.
"No saben cómo temía que fuera uno de ustedes... que el 2584 fuera uno de ustedes"
Alfredo tarda aún otro minuto en pedirle explicaciones.
"Si acá hubiéramos hecho las cosas como en Estados Unidos", argumenta Delia, "una de cada 2584 personas estaría muerta... nunca creí que esa cantidad de gente pasara bajo mi ventana en tan poco tiempo"
Alfredo y Marita se miran por encima del cuerpo acurrucado de Delia.
"No, no enloquecí... Necesitaba acercarme, aunque más no fuera imaginariamente, al dolor que habríamos padecido si en este país tuviéramos un gobierno que permitiera al virus masacrarnos como lo hacen tantos otros gobiernos... y a pesar de que el dolor que me autoinfringí no debe ser más que una fracción del que padecen los habitantes de esos países desgraciados, abandonados a sus suerte, creo que ha sido suficiente. Mario Gomez vive. Haberle puesto nombre y rostro a esa muerte que hemos evitado, una vida entre 2584, me servirá para no olvidar que se trata de personas como nosotros, como ustedes dos que ahora me abrazan con una preocupación que en verdad no es justificada… ¿Recuerdan cuando de chicos nos decían que contáramos hasta diez para tener tiempo de pensar bien la respuesta? Pues bien, hoy me sirvió contar hasta 2584 antes de enojarme por el endurecimiento de la cuarentena... De no hacerlo, mañana podría no precisar contar un número tan alto”

Fabián Prol.

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