lunes, 29 de junio de 2020

La mejor manera de cuidarte es cuidándonos todos. Alegráte de tener un gobierno que lo entiende.


Alguien en alguna parte se debe de estar despanzurrando de la risa mientras inventa los bolazos que tira por las redes y wa


AMOR EN TIEMPOS DEL COVID-19 (Un cuentito pandémico de Fabián Prol)


Abro el Zoom, conecto los periféricos y mando la invitación. Octavio no tarda en responder. Lo admito en la conversación que será únicamente entre nosotros. Ultimo los ajustes, me alejo dos pasos de la cámara y tomo asiento en el sillón. Mi imagen debe de ocupar a pleno su monitor, así como yo veo la suya en mi pantalla. Por las dudas pregunto si me toma bien. Sí, todo bien.
Percibo un tono extraño en la voz de Octa, un tono inquietante.
Intercambiamos unas palabras y propongo empezar. Estoy urgida porque mañana tengo prueba de química y preciso un ocho para no llevármela derecho a febrero.
Octavio pregunta si prefiero dejarlo para otro día. Respondo que no, preciso estos minutos de relax y desconexión. ¿Empezamos?
Octavio me detiene y queda en silencio. Apenas unos segundos, tiempo suficiente para que el corazón se me acelere hasta sentir palpitaciones en cada poro de la piel.
No sabe si es el momento apropiado para planteármelo, pero... Lo dice con una mezcla de ansiedad y temor simétricas a las que me cortan la respiración, a pesar de haberlo estado esperando por semanas.
Si acepto inmediatamente, es por no dar espacio a la duda.
Desabrocho los botones de la camisa, como tantas veces, deslizo la tela suave por mis hombros hacia la espalda, como él lo hace imitando mis acciones. Nos descalzamos. Desabrochamos nuestros pantalones, bajamos las cremalleras y nos quitamos todo por debajo del cuello sabiendo que el siguiente paso, el más difícil, no será el habitual.
Estamos inmóviles, viéndonos a los ojos.
Es Octavio el que rompe el silencio. Quiere saber si seguimos. No pregunta si deseo, si estoy dispuesta, si me animo. Sólo pregunta si seguimos… me invita.
He visto hombres completamente desnudos en sitios porno, y también en filmaciones no autorizadas que alguna amiga ha tomado en circunstanciales encuentros de sexting. Los he visto... pero nunca así, frente a frente, muerta de amor y vergüenza (y por cierto, sin importarme si él me graba).
No hay vuelta atrás. Ante todo porque deseo que avancemos hasta lo más tierno y salvaje de una desnudez total y compartida.
Llevo mis manos a la nuca.
Octavio lleva las suyas a las orejas.
A él le resulta más fácil que a mí despojarse y lo hace con resolución. La curva de su nariz, las fosas nasales, los labios húmedos, la boca extendida en una sonrisa temblorosa que apenas deja entrever unos dientes blancos y una lengua sensual. El cuerpo amado, deseado y temido de Octavio.
Yo no me siento tan urgida, disfruto con la morosidad de mis acciones. Desarmo el lazo en la nuca, dejo que el barbijo resbale apenas por la nariz, jugueteo con él sobre los contornos de mi boca y lo abandono en una caída libre que me enfrenta al hombre amado en total libertad, en la gloria incomparable que nos prodiga la visión de nuestros rostros, completa y definitivamente desnudos.

                                                                                         Fabián Prol

sábado, 27 de junio de 2020

EFECTOS DE LA CUARENTENA (cuentito)

Esta mañana Alfredo y Marita notaron en Delia un extraño comportamiento.
98... 99... 100... 101, 102... contaba desde la ventana las personas que pasaban por la calle.
343... 344... 345, 46, 47, 48 y 49... 350...
Desde entonces sólo interrumpió el conteo para comer, ir al baño o lavar los platos. Hoy cocinó Alfredo y Marita puso la mesa.
Con el correr de las horas la cantidad de personas en circulación fue en aumento y Delia no dejó de contarlas.
906... 907... 908, 9, 10, 11, 12, 13 y 14... 915, 16 y 17... 918
Padre e hija observaban a la mujer sin preguntas, quizá temerosos de que la respuesta significara la constatación de algún desequilibrio producto del encierro prolongado.
Probaron estrategias diversas para alejarla de la ventana, pero sólo conseguían sumergirla en un estado de angustia. Desistieron por completo.
1732, 33, 34, 35, 36 y 37... 1738, 39 y 40... 1741, 42, 43, 44 y 45... 1746...
Promedia la tarde y, superado el número de dos mil, Delia parece presa de una ansiedad creciente, 2038... 2039... 2040... Padre e hija temen una crisis, 2269... 2270, 2271, se hace imposible simular indiferencia.
Habrá que volver a preguntarle, esta vez con firmeza, para que Delia dé sus explicaciones.
Pero Delia se encuentra en un estado de exaltación que los hace desistir de su propósito.
2579,
la respiración no puede estar más agitada,
2580,
se retuerce los dedos de las manos,
2581.
De repente contiene el aliento y toma la manija,
2582,
los corazones de Alfredo y Marita se paralizan como si en vez del primer piso se encontraran en el décimo,
2583,
Delia abre la hoja y ellos se abalanzan para sujetarla, pero ella se aferra con todas sus fuerzas al marco de la ventana,
2584, exhala, y grita con fuerza contenida: "Señor, señor".
Un hombre que pasa por la vereda con el barbijo mal colocado la mira con expresión de no entender. "Sí, señor. A usted... Dígame como se llama". El hombre, sorprendido, responde "Mario". "¿Mario cuánto?", insiste Delia. "Gomez" concluye con gesto de aguardar una explicación. "Bendito sea el señor. Mario Gomez. ¡Está usted vivo! ¡Está usted vivo!"
Mario Gomez observa con ojos desorbitados a las personas recortadas en la ventana y huye a paso veloz de aquel cuadro manifiesto de locura.
Delia se afloja y va deslizándose suavemente hasta quedar arrodillada en el piso de parquet, abrazada por las dos personas a las que más quiere en el mundo.
Es ella la que rompe el silencio.
"No saben cómo temía que fuera uno de ustedes... que el 2584 fuera uno de ustedes"
Alfredo tarda aún otro minuto en pedirle explicaciones.
"Si acá hubiéramos hecho las cosas como en Estados Unidos", argumenta Delia, "una de cada 2584 personas estaría muerta... nunca creí que esa cantidad de gente pasara bajo mi ventana en tan poco tiempo"
Alfredo y Marita se miran por encima del cuerpo acurrucado de Delia.
"No, no enloquecí... Necesitaba acercarme, aunque más no fuera imaginariamente, al dolor que habríamos padecido si en este país tuviéramos un gobierno que permitiera al virus masacrarnos como lo hacen tantos otros gobiernos... y a pesar de que el dolor que me autoinfringí no debe ser más que una fracción del que padecen los habitantes de esos países desgraciados, abandonados a sus suerte, creo que ha sido suficiente. Mario Gomez vive. Haberle puesto nombre y rostro a esa muerte que hemos evitado, una vida entre 2584, me servirá para no olvidar que se trata de personas como nosotros, como ustedes dos que ahora me abrazan con una preocupación que en verdad no es justificada… ¿Recuerdan cuando de chicos nos decían que contáramos hasta diez para tener tiempo de pensar bien la respuesta? Pues bien, hoy me sirvió contar hasta 2584 antes de enojarme por el endurecimiento de la cuarentena... De no hacerlo, mañana podría no precisar contar un número tan alto”

Fabián Prol.

Periodismo bosta... perdón, posta (error de tipeo)