martes, 12 de agosto de 2014

NO HAY QUE DARLES ÉBOLA


LAS CIENCIAS ECONÓMICAS DESDE UNA PERSPECTIVA ESTÉTICA (liviana impresión sin aspiraciones de academicismo).

Ayer presencié el largo monólogo deL economista José Juis Espert en el programa de Silvestre (ver nota al pie).

Ningún secreto es que de economía entiendo menos que poco. Sin embargo, me quedé maravillado por las similitudes que pueden establecerse entre la actividad de estos señores y la que humildemente pretendo desarrollar desde mi mesa de dibujo.
Me refiero al gráfico lleno de montañitas y vallecitos que Espert desplegó ante mis ojos y que funcionó como una revelación. Resulta que ese gráfico, donde aparentemente se consignaban datos de los desequilibrios fiscales de los últimos 50 años, sirve para explicarlo todo, todo, todísimo. La epidemia de fiebre amarilla de 1861, el terremoto de San Juan de 1944, la irrupción de la música beat en los años 60 y hasta el gol de Götze en la final del último torneo mundial de fútbol.
Pero lo que más me conmovió fue observar que, agregándole a las montañitas el consabido copete de nieve, a los vallecitos las olitas características del agua y al espacio superior unas nubecitas y unos perfiles de aves hechos de un solo trazo, el gráfico se transforma en un paisaje de montaña al que aún podemos sumar unos veleritos sobre las mansas aguas lacustres y así obtener el sueño vacacional de cualquier habitante de las grandes ciudades.
¿Se entiende ahora por qué me siento tan cerca de algunos economistas? No obviamente por mis capacidades en materia de economía, ya que no las tengo, sino por la inmensa vocación de estos señores por el dibujo, que, debo confesarlo, a veces me asombra más que una obra de Modigliani.

Nota: Observé durante el programa que Silvestre nunca cuestionó a Espert por insultar en los más diversos modos a los otros economistas presentes, por impedirles hablar y por llegar, incluso, al extremo de pretender echar del estudio a D'Atellis. En cambio amonestó en reiteradas oportinidades a Berkovich (su compañero de trabajo) y a D'Atellis por motivos tan pueriles como enojarse porque el otro no los dejaba responder. Eso, sin mencionar que Silvestre se mantuvo la mayor parte del tiempo de frente a Espert y dando la espalda al resto, actitud que sólo varió cuando le entregó la palabra a Delgado, quien mágicamente "sí" pudo hablar, gozando además del primer plano que le regaló el camarógrafo.
Quizá, la culpa de todo la tengan los escenógrafos, quienes diseñaron el estudio de modo tal que causó la confusión de Silvestre. Sin duda, el mundo sería un lugar muuuuuucho más ameno si los escenógrafos hicieran bien su trabajo.